lunes, 12 de marzo de 2007

Saldremos esta noche a orear nuestra soledad por ahí.

Saldremos esta noche a orear nuestra soledad.
El calor no soporta nuestro hedor en el cuarto
y las hormigas han comenzado a lamer la mermelada
de zarzamora derramada sobre los cuerpos.
Eructa vientos rotos el ventilador.
Ecos de pasos sonando en mi cabeza:
es la voz de la locura:

Saldremos a pasear nuestra soledad esta noche.
Patearemos las piedras del camino.
Pintaré tus ojos en las paredes de la ciudad.
Y gritaré un nombre extraño:
aullaré la luna

Este tiempo de perros apesta.
Este ruido turbador torciendo el cuello de todos.
Es la vida la que se nos está yendo por el caño.
La felicidad no se encuentra dos calles a la vuelta:

a veces la felicidad es una prostituta con sífilis
o el beso de una abuela sin dientes
el pedazo tieso de tortilla olvidado en la cocina
a veces la felicidad huele a pañales cagados
a latas de cervezas recién abiertas
a baño de cantina, a cama de hotel de paso
huele a monte recién cortado.

A veces la felicidad es un grito que nadie oye:
la salvaje sinfonía de tu risa en medio de toda esta mierda.

Este tiempo de perros supura miedo.
Un estornudo y todo se cae.
La felicidad no es esa voz celestial propagada
obscenamente por los medios no es sistema de gobierno
no es esa conformidad tan esparcida e inyectada en las mentes
ni la complicidad de los burócratas ni conformismo pro status quo.
No es el estado de letargo perenne en el que ha permanecido la humanidad.
No es navidad ni cuentos de hadas ni realitis ni novelas estúpidas ni televisión.
La felicidad no puede ser la cordura de los santos.

No nos desgastemos en buenos deseos.
Los buenos deseos son como los devaneos de los intelectuales:
no sirven de nada flotan como flatulencias en medio de la miasma.

Saquemos a orear nuestras soledades esta noche.
Embriaguémonos y forniquemos pues sólo la muerte es segura
y no hay nada tan afortunado como morir ebrio o sobre una hembra.
Corrijo: nada hay tan sublime que morir ebrio y sobre una hembra.

O quizá la felicidad a veces no existe.
Es sólo una apariencia más parte del timo cómplice del caos.
Las guerras no están tan lejos de nosotros.
Tu muerte está dos calles a la vuelta y el odio se contonea cínico.
En cada hogar hay un crimen esperando por cometerse.
El odio se mete en la cama de los amantes.
Pero eso está bien: el odio es condición humana.
Tonta costumbre la de temer lo tribal:
la demencia de los iluminados es la hipocresía de los cuerdos.
El odio es el amor sublevado, el amor no existe: sólo los amantes, ergo, se ama.
Nada representa mejor a la muerte que una buena cogida.
Y sólo la muerte al final nos confirma la vida.

Este tiempo de perros exige buenas cogidas.
Exige tormentas en la cama pletóricas de catarsis acorralada
contenida
a punto de explotar.

Saldremos a perseguir nuestras sombras esta noche.
La misma sombra que nos muerde los talones.
La misma a la que le pico los ojos.
Nuestras sombras cuelgan cual murciélagos en el techo mientras dormimos.
Una orgía de sombras por todas las calles de la ciudad.
Los aleteos de una bala surcando el cielo estrellado.
Y el grito mudo, como silbato para perros, sonando a lo lejos,
lo escucharán los amaestrados los civilizados los zombis consumistas.

Nosotros voltearemos a ver el fondo del hueco que nos traga.
Mantendremos los ojos bien abiertos a la nada que nos consume.
Caminaremos por las calles sin esperanza alguna en los bolsillos.
La esperanza es el consuelo de los lerdos, es la prolongación del tedio.
La esperanza es el disfraz de todas las religiones.
El as bajo la manga de los gobernantes.
La esperanza deviene en manipulación.

Saldremos pues, a mirar como sucumbe esta noche.
A pasear nuestro insomnio por ahí.
El insomnio es el tormento delicioso de los poetas y de los locos.
Caminaremos por las angosturas de una historia que se pudre.
Mirando estrellas que no están ahí, que nunca han estado ahí.
Tirando pedazos de piel vieja, dejando caer nuestras piezas
como rompecabezas andantes.

Saldremos a orear nuestra soledad por ahí.

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